lunes, 21 de noviembre de 2016

Relato: La Ciudad de los Artistas

LA CIUDAD DE LOS ARTISTAS



            Entré en el coche con el semblante triste. Los ojos comenzaron a llenárse de lágrimas. Me llevaba la maleta llena de recuerdos y experiencias agradables, tantas fotos que un día volvería a mirar y a descubrir de nuevo lo que había vivido en aquella ciudad y que ahora se perdía entre la lluvia. Llovía, como acompañándome en el sentimiento. Odiaba a mis padres por alejarme de mi gente, de mi ciudad, de mis raíces. Me sentía desdichada porque me separaban de mis amigos, aquellos que un día me olvidarían. No conocía nada acerca del nuevo lugar. Nadie con quien salir o charlar o con quien estudiar.
Había terminado mi último curso antes de entrar en la universidad. Había sacado muy buenas notas y el premio había sido ese. No era justo que me lo hubieran compensado así. A mi padre le habían destinado allí y no podía hacer nada por evitarlo, porque ellos eran adultos y yo no; una pobre adolescente que tenía que decir sí a todo: sí a llegar temprano a casa, sí a no beber ni fumar, sí a estudiar y sacar buenas notas, sí a ser educada y tener buenos amigos que no se metieran en líos. Estaba harta de ser buena. Nadie me había preguntado si me parecía bien o mal mudarnos a la nueva ciudad, nadie me había sugerido si podría haberme quedado en casa de la abuela, por ejemplo. Lo hubiese preferido, al menos no estaría sola. Ahora me veía obligada a conocer gente nueva y no me apetecía. Ya no quería ser más obediente. Desde la mudanza, me había prometido a mí misma que haría algo inusual, algo que mis padres no estuviesen acostumbrados a que hiciese, algo que les recordarse que su hija era normal y así me tuviesen más en cuenta. Pensé en escaparme de casa.
Llegamos al lugar donde viviríamos desde aquel momento. El viaje se me hizo eterno durante las cuales ni comí, ni bebí, ni dormí, ni hablé una sola palabra. Mi madre comenzó a preocuparse pero ellos ya sabían el motivo de mi descontento, así que no me hicieron mucho caso.
Subí a la que sería mi habitación. Pensé que me llevaría mucho tiempo arreglarla y decorarla a mi gusto para sentirme como en casa, como antes. Me costaría superar aquel trauma, no podía evitar llorar. Lo hacía muy a menudo, no quería, pero yo no era dueña de mis sentimientos en esos momentos. Las lágrimas fluían como si se me hubiera muerto la abuela. La zona era tranquila, había un parque cerca el cual visitaba a menudo para ahogar mis penas.
Hacía dos meses que era mayor de edad, sin embargo todo seguía igual, sin ningún cambio aparente. Cuando tenía catorce me imaginaba que la mayoría de edad iba a ser algo importante y fuera de lo común pero cuando los cumplí, una gran decepción me invadió. Los cines estaban cerca, pero poco me importaba, no tenía con quien ir. Las tiendas estaban también cerca, pero bueno, en aquel momento me daba igual todo, yo quería volver a mi ciudad.

Empecé la universidad con pocos ánimos. El autobús que me llevaba hasta allí tardaba demasiado y odiaba tener que esperar en la parada, sobre todo cuando ya empezaba el frío y los morros y las orejas se me quedaban congelados. Había elegido Historia del Arte porque me fascinaba desde pequeña y era la asignatura del colegio en que sacaba mejores notas. Presté mucha atención a la primera clase: historia de las humanidades. El profesor era un señor de mediana edad, algo calvo y gruesas gafas. Explicaba con parsimonia y casi me dormía, pero en lugar de eso, me entretuve en observar a los compañeros de clase en un intento, casi por inercia, de buscar con quién desayunar aquel día, pero no tuve éxito ya que excepto algún despistado que andaba por ahí, los demás formaban pequeños grupos, así que aquel día estuve sola. Cuando llegué a casa, mi madre me preguntó cómo había sido el primer día. No me apetecía contarle nada así que fui a mi habitación a enchufarme los walk-man a tope para olvidar un poco aquella situación.
Las próximas semanas fueron iguales de tediosas excepto algún fin de semana que volvíamos a mi ciudad, porque para mí seguía siendo mía y la otra, a la cual nos habíamos mudado, era la intrusa. Tan sólo cuando íbamos de visita, se me quitaban todos los males; entonces volvía a sonreír, a gritar de alegría, a saltar de emoción, salía con la pandilla, visitaba a mi abuela y a mis primos, hacía mil cosas y acababa exhausta y de pronto, cuando llegaba el domingo por la tarde y entraba de nuevo en el coche para volver a mi solitaria vida, todo se volvía gris.

Todo cambió cuando conocí a Estella y a Ruth, dos chicas de clase muy simpáticas y extrovertidas con las que me lo pasaba bien y me recordaban que aún era muy joven para estar triste. Entonces todo se me apareció distinto; podía disfrutar de los cines, del parque, de las tiendas y ahora veía la ciudad de otra manera, tenía otro color porque podía compartir cosas con gente de mi edad.
Un sábado Estella y Ruth iban a una fiesta de unos amigos y querían que fuese con ellas pero mi madre se opuso por desconocer con qué tipo de chicas me juntaba y no se fiaba, por lo que fingí acostarme temprano y me escapé a media noche para ir a la fiesta. Aquella noche quería salir, hacer cosas que nunca había hecho, beber, fumar, bailar a tope, ligar...; cosas que a mis padres no les parecía bien, pero yo ya era mayor de edad y quería hacer cosas diferentes, cosas que me mantuvieran viva, ahora que estaba lejos de los míos.
Al principio me sentía fuera de lugar, no conocía a nadie y envidiaba a Estella y a Ruth por ser tan alegres y dicharacheras. Iban de un lado para otro abrazando a una, besando a otro riendo a carcajadas y yo en un rincón hasta que Estella me cogió del brazo para presentarme a sus amigos. Casi todos ellos venían del mundo artístico; o escribían o pintaban. Uno de los chicos se presentó como Lucas y era actor. Me sentí ignorante porque lo único que sabía era lo que estaba empezando a estudiar en la carrera pero me fascinaba ese mundillo, por lo que no paré de hablar con uno y con otro. Le pedí a Nando, que era escritor, que me escribiese algo que se le ocurriese, pero se mostró reticente a hacerlo ya que, según él, la mayoría de los escritores noveles son reacios a ser leídos por gente desconocida. Me dijo que la literatura es ficción pero que también hay mucho del autor, por eso él sentía pudor en enseñarme algo que consideraba muy suyo. Pero después de unas copas, accedió. Me dijo que lo leyese cuando estuviese en casa, pero no le hizo caso y en cuanto se alejó un poco la curiosidad me venció. Cuando me disponía a leerlo, alguien me arrastró hasta donde estaban todos bailando, así que metí el trozo de papel en el bolsillo del pantalón. Ruth insistió en que me fumara un cigarro, pero a la primera calada me dio tal mareo que desistí. Luego comenzamos a bailar, todo me daba vueltas, sólo podía ver aquel espacio invadido de humo, cuerpos en movimiento empapados en alcohol y sudor y la música distorsionándose en ondas expansivas a punto de explotar. Buscaba a mis amigas sin éxito. Un chico se me acercó y me dio una pastillita.

Estábamos de vacaciones y decidí pasar unos días fuera de casa. Mi madre, milagrosamente, me había dejado. Les dije que iba a pasar unos días en la casa de campo de Ruth, pero no era verdad. Ruth y Estella me habían prometido que me llevarían por los más recónditos lugares de la ciudad y que descubriría cosas nuevas, fascinantes e inquietantes, por lo que no me lo pensé dos veces y mentí a mamá. Nuestra aventura acababa de comenzar.
Antes de emprender el viaje, Estella y Ruth me contaron que la ciudad se dividía en cuatro barrios diferenciados en artes, así se conocía a la Ciudad de los Artistas: El barrio de los escritores, el barrio de los pintores, el barrio de los músicos y el barrio de los escultores. Decían que la mayoría de los artistas venían de fuera y según cual fuera su afición pertenecían a un barrio o a otro. Mis amigas me preguntaron que por cuál de las artes me decantaba y les dije que me gustaban todas: escribía un poco, pintaba otro poco, tocaba el piano otro poco y había hecho pequeñas esculturas de escayola. Pero me contestaron que aquello no era posible, que tenía que elegir una de las artes, porque era mejor realizar tan sólo una con maestría que cuatro mediocres. Por eso había que visitar los cuatro barrios y elegir cuál de las artes prefería. Todo estaba listo para emprender aquel emocionante viaje dentro de la ciudad. Mi mochila estaba preparada con todo lo necesario. Mostré un poco de preocupación por saber dónde dormiríamos, pero Estella y Ruth me dijeron que aquello no era problema, que todo estaba bajo control.
Comenzamos nuestra andadura por el barrio de los escritores. Hacía mucho frío y la escarcha se adhería a las ventanas de las casas y a las lunas de los coches. Nos refugiamos en un café llamado "La Escribanía". Nos apetecía algo calentito y qué mejor que un buen café humeante. Entramos y un olor penetrante absorbía el aire. Las mesas, distribuidas en círculo, daban el aspecto de que, los escritores allí reunidos, se encontraban en tertulia. El lugar se caracterizaba por tener un cierto aire de nostalgia en el ambiente. Las paredes eran prácticamente estanterías repletas de libros, de todos los autores del mundo, de todas las épocas, nacionalidades, títulos y de todos los tamaños jamás vistos. Estella sugirió que preguntase por el título más raro que se me ocurriese asegurándome que allí estaría. Y estaba en lo cierto. Nos sentamos en una pequeña mesa redonda que quedaba libre en uno de los rincones y se nos acercó un tipo de pelo largo, perilla y gafas redondas. Estella y Ruth se levantaron para saludarle, me lo presentaron como Totó. El café que me estaba tomando de seguro que le habían echado algo, porque mi timidez había desaparecido y comencé a relatar al joven mi astucia por haber mentido a mi madre y haberme alejado de casa de aquella manera tan extraña y le aseguré que nunca había hecho semejante cosa. Totó me preguntó que por qué lo había hecho y qué estaba haciendo en el barrio de los escritores. Le contesté que hacía poco que había cumplido los dieciocho y que sentía que tenía que hacer algo diferente y además estaba entrando en una fase de depresión y necesitaba un cambio urgente. Totó empezó a reírse porque no se creía que una joven de dieciocho como yo con aspecto de no faltarle de nada pudiera tener depresión, pero continué contándole la razón por la que estaba en aquel café rodeado de escritores de todo el mundo. Miré a mis amigas que me observaban con atención. Le conté a Totó que estaba estudiando Historia del Arte en la universidad y que me interesaba mucho el carácter extraño y bohemio de los artistas y que yo, debía de decantarme por una. Mi sed de conocimiento me había llevado hasta allí. Se hizo un silencio y las tres dirigimos nuestras miradas hacia Totó que se quedó un momento pensativo.
-Con que aquí tenemos a un jovencita nueva que quiere saber de nuestro arte. El arte de escribir. Primero debes ponerte el nombre de alguna escritora que te guste, no me digas tu nombre verdadero.
-Está bien. Pues..., me llamo Jane Austen.
-De acuerdo. Y ahora, Jane, ¿has escrito algo en los dieciocho años de vida?
-Pues, en realidad no sé si el diario se puede considerar 'escribir'...
-Vamos bien, eso tiene un significado importante. Tu inquietud por escribir parece clara. ¿Has leído mucho?
-Pues la verdad no mucho. Es ahora cuando estoy leyendo más, pero me parece más divertido escribir en el diario que leer un libro aburrido. Y tú ¿has escrito muchos libros?
-Escribo poesías pero en realidad un escritor puede escribir de todo aunque casi siempre tiene alguna preferencia a la hora de escribir.
-¿Y sobre qué escribes?
-Todo escritor escribe sobre los principales temas de la vida: la muerte, el amor, el odio, el misterio de la vida, en fin, todo lo que preocupa al ser humano. Lo que para el resto de la gente pasa desapercibido es lo que nosotros captamos y contamos.
-Pues eso es muy interesante, ¿no?, ¡a mi también me gustaría escribir sobre eso!
-Aún eres joven, pero podrás hacerlo algún día si lo que verdaderamente te motiva es esto. Para eso estás aquí, ¿no?, de momento sigue leyendo, y recuerda, tan sólo observa y escribe.
-De acuerdo, eso haré.
Totó sacó una hoja de papel y una pluma y me lo dio. Me dijo que escribiera algo que se me ocurriese y que antes de volver a casa se lo diera. Me parecía increíble que existiera un barrio sólo para escritores. Pero lo más increíble era que Ruth y Stella conocieran a tantos escritores y que ellas también escribieran y, al igual que Totó, pudieran aconsejarme sobre el arte de escribir.
Totó continuó relatando que el barrio estaba lleno de talleres de escritura, de tertulias, charlas literarias, de recitales poéticos y que, tanto los escritores reconocidos como los noveles, se mezclaban en aquellos ambientes. De pronto se escuchó una voz presentando a un poeta que leería unos poemas de creación propia. Los allí reunidos aplaudimos y un silencio sepulcral se hizo en la estancia. Mostré a mis amigas mi admiración y emoción por estar rodeada de gente con tanta creatividad. Estella y Ruth terminaron su café y al acabar el recital me propusieron ir al barrio de los pintores, pero antes de marcharnos, les dije que necesitaba escribir tan sólo una frase en aquel lugar que me había cautivado. Puse el papel sobre la mesa, miré alrededor y escribí: "El silencio se tornó poesía y el poeta entregó sus versos como en una ensoñación." Nos despedimos de Totó, nos levantamos y salimos afuera.
Caminamos durante un tiempo, no supe cuánto. Me di cuenta de que ninguna teníamos reloj pero no nos llevó mucho llegar hasta allí. Una calle estrecha y empinada nos dirigió hacia una plaza enorme, nunca había visto una plaza de tales dimensiones. La calle se ensanchaba, desde arriba, se divisaban cientos de pintores en la plaza, con sus caballetes, sus lienzos y paletas de colores. El cielo raso y el sol llameante hizo que me quitase el anorak que llevaba. Los jardines de alrededor estaban repletos de flores y me pareció extraño que en el barrio de los escritores fuese invierno y ahora ya estábamos en primavera pero no hice preguntas, estaba tan emocionada de ver tantas acuarelas juntas, tantos óleos y dibujos al carboncillo que se me olvidó el tiempo. Por un momento se me nubló la vista, pero enseguida me di cuenta de que me encontraba ante un cuadro impresionista, pero en vivo. Vistos desde arriba se me aparecían como motas de color en una colcha. Tanta pintura junta, comparada con el arco iris, convertía a éste en una sombra, aquello era una auténtica fiesta de color. Nos acercamos a la plaza donde fuentes de todos los tamaños y formas aparecían a cada paso que dábamos. Los artistas, muy concentrados, observaban absortos diferentes cosas: una flor, una fuente, el cielo raso y radiante..., aquel lugar contaba con salones en exposición permanente, de cuadros de todas las épocas y de pintores de distintas nacionalidades. Por cada rincón que pasábamos había un museo y éstos estaban especializados en un pintor, algunos eran tan pequeños que parecían estar diseñados para duendecillos y otros eran tan grandes, que podías perderte en ellos durante días.
Seguimos la ruta de los museos hasta llegar a un parquecito donde los pintores intercambiaban cuadros e ideas. Mis amigas se acercaron a un grupo de pintores que conversaban de forma animosa. Fumaban hachís, unos tumbados sobre el césped y otros sentados. Estella besó a una de ellas, ésta se levantó y las dos se dirigieron hacia mí.
-Mira, ésta es Clara. Es pintora y es buenísima, tienes que ver algunos de sus cuadros para darte cuenta de la gran sensibilidad que posee.
-¡Hola Clara!, soy una amiga de la facultad de Estella y estoy aquí en el barrio de los pintores porque me encanta el arte.
-¿Has pintado alguna vez?
-Pues, poca cosa, pero sí que me gusta. He pintado algún que otro lienzo.
-Ya, pero todo tiene su aprendizaje, su trabajo y su técnica. Tú, por ejemplo, puedes poseer talento para pintar, pero si no lo trabajas de nada te sirve que te apeteciera pintar en ese momento ¿conoces los matices?, debes estudiar la paleta cromática, la técnica del dibujo y sobre todo pintar, pintar mucho.
Le conté que estaba allí para descubrir cuál de las artes era la que realmente me llenaba de verdad. Al menos averigüé que la literatura me gustaba, y más tarde al descubrir aquellos colores en ese ambiente primaveral, supe que la pintura me fascinaba. Clara sacó algunos de sus cuadros para enseñármelos y me parecieron de una belleza exquisita. Pintaba paisajes marítimos; el mar, las olas flotando en el aire como si las crestas de éstas agonizaran, caracolas en la orilla y peces, muchos peces de colores y caballitos de mar. Hubo un momento que me metí tanto en el cuadro que pareció que realmente estuviese en la orilla contemplando un mar azul intenso centelleando. Miré a Clara atónita y no pude articular palabra, tan sólo dije una: "magnífico". Deseaba pintar alguna vez como ella. Nos despedimos y continuamos nuestra aventura.
Confesé a mis amigas mi preocupación por mis padres, ya que no les había llamado en días y quise buscar una cabina para llamar. Ruth me dijo que en la ciudad de los artistas no existían teléfonos y tuve que esperar a volver para llamar. Estaba disfrutando mucho de aquel viaje, pero, a pesar de estar resentida con ellos me pareció mal que no supieran nada de mí, al fin y al cabo yo era su hija y se merecían una lección pero me estaban entrando remordimientos. Estella me pidió que no pensara más, no se podía hacer nada ya que no había teléfonos para comunicarme con ellos y me alentó para que tratara de disfrutar al máximo del presente y me dio algunos consejos para pintar.
Ya anochecía y Estella nos llevó hasta un edificio bajo de dos plantas como las de las casas inglesas de ladrillos rojos y buhardilla. Nos dijo que allí vivía un amigo suyo que era pintor y que nos recibiría con mucho agrado, era muy hospitalario. Nos abrió un joven de unos veintitantos. Llevaba un pijama ancho de rayas y unas babuchas. Cuando miré su rostro, me pareció un chico de rasgos suaves y dulces, casi femeninos, a no ser por la pelusilla que brotaba de su barbilla y su bigote podría pasar por una chica guapa. El espacio que habitaba era acogedor. La buhardilla era pequeña pero lo suficiente como para él y sus útiles de pintura. El saloncito estaba decorado con sus cuadros. Apenas había colorido en ellos pero eran enigmáticos y profundos como sus ojos, de un color verde oliva. Nos sentamos los cuatro en un cómodo sofá de grandes cojines. Miré alrededor, el mobiliario era escaso pero tampoco hacía falta más, ya que el suelo de madera y los cuadros hacían el resto. Una alfombra de estilo marroquí cubría parte del salón y tenía colocado incienso, que en ese momento ardía perfumando el ambiente. Kiko, que así se llamaba, nos relató cómo había llegado a ser pintor y que, a pesar de todo, aún se consideraba un pupilo.
-La vida de un artista está siempre en una continua búsqueda. Una búsqueda que dura casi o más que una vida. Siempre se está perfeccionando, nunca es suficiente, ¿sabéis?, nunca el tiempo es suficiente porque se sigue aprendiendo hasta que mueres o hasta que te matas.
-¿Y por qué te vas a matar?
-Porque a veces no ves sentido a la vida. Yo, por ejemplo, tengo mis épocas de euforia, todo me sale como había pensado. Un cuadro que se me aparece como el mismo dios, un color, una forma, un espacio que creo tal y como lo tenía en mi cabeza, pero cuando acabo, siento algo en mi interior, baldío, como si toda mi creatividad desapareciera y me sintiera vacío e inútil. Son en esos momentos de peligro en los que eres capaz de matarte.
Me quedé tan sorprendida al escuchar aquello que por un momento deseché la idea de ser pintora, pero luego pensé que no todos los artistas están irrevocablemente locos. Kiko nos sirvió té y unos pastelitos que estaban riquísimos y después de pasar casi toda la noche hablando, nos acompañó a una pequeña habitación de dos camas que unimos para poder dormir las tres.
A la mañana siguiente nos despedimos de aquel extravagante pintor y continuamos nuestra andadura por el barrio de los escultores. Por las calles no se escuchaba un alma, y el calor era sofocante. Las persianas de las casas estaban echadas, como si los escultores hubiesen desaparecido de la faz de la tierra, pero Ruth me contó que éstos eran especiales en el sentido de que su arte y su manera de trabajar eran distintos a lo que habíamos visto hasta entonces. Era verdad que los escritores tienen un tipo de trabajo solitario pero luego se reunían en talleres y tertulias donde poder refutar ideas, intercambiar textos y debatir sobre libros y autores. Por otro lado, los pintores también pintaban en grupo y los músicos hacían más o menos lo mismo, pero los escultores necesitaban de una concentración especial y un silencio casi de ultratumba y me temí que no pudiéramos visitar a ninguno. Estella nos llevó hasta una plaza. En el centro de ésta se erigía una estatua gigantesca. Era la figura de un hombre con una bolsa de pan de molde en su mano. Estella me explicó que el hombre era el señor que íbamos a visitar y se llamaba Bimbo y que en un ataque de egocentrismo se autorretrató para que todo el barrio supiera que era un escultor único. Y en verdad lo era. Observé detenidamente la escultura, esculpida en oro y me imaginé los rasgos de Bimbo exactamente como lo estaba viendo. Calculaba que tendría unos cuarenta años, de rostro atractivo y varonil, el torso lo llevaba desnudo entreviendo sus músculos bien definidos y su vientre plano y duro como una piedra recién tallada. Aquella escultura era el retrato perfecto de su autor como si el molde fuese el mismo Bimbo. Deseaba con urgencia conocer a ese artista tan audaz, por atreverse a exhibir su propio cuerpo en medio de una plaza. La puerta de su casa, de madera, estaba justo enfrente de su retrato. Estella llamó y Bimbo acudió a abrirle. Cuando salió a recibirnos, no salía de mi asombro cuando la estatua de oro se me apareció hablándome y mirándome a los ojos. Casi me desmayo de la sorpresa. Supe entonces que no era la estatua sino Bimbo porque éste era de carne y hueso. Nos recibió muy afable y nos invitó a que pasáramos a una estancia amplia y agradable. Tenía dos salas enormes. En una de ellas se exhibían todas sus esculturas clásicas y en la otra, otras más modernas y surrealistas. Nos hizo café y recorrimos las salas. No salía de mi asombro al ver aquellas magníficas obras de arte. Le pregunté por qué no las llevaba a algún museo donde todo el mundo pudiera contemplarlas y disfrutar de su arte, pero él no era muy condescendiente con las masas populares. Él prefería mostrar sus esculturas a gente culta que entendiera de su arte ya que era muy celoso de su intimidad como artista. Me preguntó si yo esculpía y le dije que tan sólo de pequeña hacía pequeñas esculturas de escayola y que tenía un molde para hacer pequeñas cabezas humanas. Bimbo comenzó entonces a reírse escandalosamente como si menospreciara lo que yo entendía por escultura. Me dijo que tenía mucho que aprender y que la mayoría de los artistas necesitaban de un ego para poder sobrevivir, cosa del que yo carecía. Me pareció un hombre vanidoso y Estella me miró y sonrió de forma cómplice como queriéndome decir que me encontraría por el camino a mucho de ellos y que era precisamente esa genialidad pero a la vez esa vanidad lo que les diferenciaba del resto de los mortales. Cuando salimos de la casa de Bimbo, mostré a mis amigas mi descontento con el artista y que me había gustado más su obra que su persona. Estella y Ruth rieron y me dieron unas palmaditas en el hombro y me dijeron que tenía mucho que aprender del mundo de los artistas.
Nos adentramos en un lugar donde soplaba un viento que barría las hojas amarillentas arremolinándolas como en un tiovivo. No entendía que acabáramos de abandonar el barrio de los escultores donde el calor era angustioso, y, de pronto, el otoño había aparecido de repente, pero no hice preguntas y llegamos a una carpa enorme donde podrían caber cuatro estadios de fútbol. Entramos por un pórtico donde había una inscripción "La música es la fe de un mundo en que la poesía no es sino la alta filosofía (Giuseppe Mazzini)". Ya dentro descubrimos que la carpa grande se dividía en otras más pequeñas. En una de ellas daban conciertos de músicos ya consagrados, en otras los pupilos recibían clases magistrales de solfeo, historia musical y prácticas de cada instrumento de la especialidad. Así estaban la carpa de la guitarra, la del piano, la del violonchelo, la del saxofón, el arpa y un sinfín. Todos los músicos del mundo se daban cita en ese barrio que según Ruth era la cuna de la música, donde nacían los más extraordinarios desde la época de Mozart. En las otras carpas se componía música así que decidimos entrar e interesarnos por conocer qué se cocía en el cerebro de un compositor.
"El rulo" con su estrambótico pelo rizado nos recibió cortésmente y nos llevó a un espacio privado donde su piano forte descansaba de un largo día de aporreo de teclas. Un pequeño espacio, invadido de partituras, tinta y vino, un antro que él llamaba el estudio de un músico genial. El extravagante músico nos contaba que tan sólo vivía por y para la música. Ensayaba día y noche y no lo dejaba hasta que la pieza le salía perfecta. Nos relataba con mucha pasión lo que sentía en el mismo instante en que acariciaba las teclas, el ritmo, el compás, las notas, todo lo que en un momento surgía de una partitura. Estella y Ruth me miraban divertidas por las muecas y los gestos de El Rulo. Más tarde nos contó su apasionada vida por la creación y cómo comenzó por escribir música hasta convertirse en un compositor aplaudido en casi todas las partes del mundo. Nos despedimos de él y continuamos caminando. Dejamos atrás museos, escuelas, cafés y demás lugares para los músicos.
Stella y Ruth me recordaron las tres reglas de oro de todo creador: trabajo, paciencia y constancia pero, a pesar de lo duro que pudiera parecer, me animaron a que en cualquier arte que eligiera, aplicara estas tres reglas y que nunca me desanimara. Si me decantaba por la literatura que escribiera con el corazón, si al final me decidía por la pintura, que innovara con nuevos colores, si la música se convertía en mi pasión, que pusiera todo mi empeño en llevar a cabo cada cosa que me propusiera, o si la escultura me había cautivado, que tratara de utilizara todos mis sentidos para que la pieza que pudiera tener en mente se convirtiera en realidad. Me contaron que cada artista llevaba su arte en el interior y que ese arte debía de ser su máxima aspiración, su alegría pero al mismo tiempo su agonía. Les agradecí su apoyo y su amistad por llevarme hasta aquel insólito barrio que me había llenado de gozo. Más tarde me advirtieron que debíamos regresar pronto a la ciudad. Pero al volver, me desvanecí.

Cuando desperté, me encontré con los ojos de mi madre escudriñando mi cara y me di cuenta de que estaba postrada en la cama de un hospital. Había estado sedada y en observación durante ocho meses, los ocho meses que había durado el coma. Habíamos vuelto a mi ciudad de origen. No volví a ver ni a Estella ni a Ruth. Más tarde me enteré que en aquella fiesta había ingerido éxtasis y que la Ciudad de los Artistas no existía, tan sólo había existido en mi cerebro durante todo ese tiempo, pero yo juraba y perjuraba que todo había sido real.

Ya llevaba como tres semanas convaleciente y noté algo extraño en el bolsillo del pantalón. Era un trozo de papel arrugado. Lo abrí con cuidado y tenía una nota: "El silencio se tornó poesía y el poeta entregó sus versos como en una ensoñación".




martes, 8 de noviembre de 2011

Escritores Suicidas

         Dicen que el suicidio es un acto poético más propio de chalados como los artistas que de gente de a pie. Según algunos estudios, existe un alto número de artistas establecidos, más de lo esperado por el simple azar, que sufren o han sufrido desórdenes de la conducta: un cuadro maníaco depresivo o un pico de depresión grave. Está comprobado por estudios científicos que, durante los episodios de manías, se incrementa la productividad en los pacientes. Por tanto, está comprobado que los suicidios eran seis veces más frecuentes en poetas modernos británicos que en la población general. Todos los estudios comparativos que se han realizado confirmarían que, individuos altamente creativos experimentan graves desórdenes de conducta más que el resto de la gente.
         Sin embargo, el propósito de este artículo no es descubrir científicamente las causas que puedan inducir a una persona al suicidio, más bien indagar a través de las vidas de una serie de escritores que decidieron acabar con sus vidas y descubrir si hay o no denominador común que pueda llevarnos a pensar si suicidio y mente literaria tienen algo o mucho que ver.
         Con este artículo deseo proponer el suicidio visto desde una perspectiva particular que puedan compartir estos escritores. He elegido a diez escritores que se han suicidado por diferentes motivos. En él, trato de encontrar una conexión y, aunque la coincidencia pueda ser meramente circunstancial, no lo es tanto cuando se trata de una serie de personas que necesitan escribir sus propios fracasos, sus miedos por desavenencias amorosas, por traumas familiares, por una ideología o porque la vida les atormenta sobremanera.



         El miedo a la locura y al paso del tiempo es patente en tres escritoras: Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik y Sylvia Plath.
         Alejandra Pizarnik fue una mujer desarraigada, incapaz de adaptarse a cualquier costumbre cotidiana. La temática que se sirve para escribir sus poemas es el miedo al paso del tiempo. El miedo como una sensación física y angustiosa que anula la voluntad. La soledad de la conciencia, del ser humano, la nostalgia de los recuerdos, la noche como símbolo de poesía. . Sylvia Plath, poeta apasionada y frágil, contradictoria y brillante, escribe en uno de sus diarios: "Tienes miedo de quedarte sola con tu propia mente".


         La muerte de alguno de los progenitores cuando estos son aun niños, marcan el destino en las vidas de estos escritores que a muchos de ellos llevan a la locura.
         La familia de Virginia Woolf, escritora inglesa de novelas y crítica literaria jugó un papel importante en su vida desde el principio. La muerte de su madre, más tarde la de su padre y la de su hermano fueron el detonante de una incipiente enfermedad, una enfermedad mental que fue la plaga de toda su vida.     La muerte del padre de Sylvia Plath cuando ésta cuenta con ocho años le lleva a una crisis personal a lo largo de su vida, una vida que se le hace insoportable. Su novela La campana de cristal, publicada en 1963 es una autobiografía acerca del intento de suicidio con pastillas.
         En cuanto al escritor ruso Vladimir Maiakovski, su padre muere cuando éste tiene trece años dejando a su familia en la ruina. Por otro lado, los padres de Alejandra Pizarnik, judíos-rusos, emigran y Alejandra no se adapta al nuevo ambiente. Le pesa un sentimiento de extranjerismo, de no pertenencia que le durará a lo largo de toda su existencia.
         Otra coetánea de Mrs. Woolf fue Alfonsina Storni. Su padre, depresivo y alcohólico, murió cuando Alfonsina contaba con catorce años. Se hizo actriz y recorrió diversas provincias con su compañía. Todos estos acontecimientos lograron que fuera una niña-mujer a una edad temprana y comenzara a sentir que se ahogaba en un ambiente que le resultaba insoportable.


         La mayoría de estos escritores sufrieron estados intermedios de depresión y trastornos o episodios suicidas como les ocurrió a Virginia Woolf, Larra, Sylvia Plath, Maiakovski o Hemingway.
         Durante su encarcelamiento, Vladimir Maiakovski comenzó a escribir poesía. En 1912 se traslada a San Petersburgo y durante estos años juega con imágenes de suicidio e inmortalidad. En 1961, Ernest Hemingway es ingresado por depresión que le producen unos fármacos y es tratado con electroshocks. Pero la depresión se acentúa con manía persecutoria e intentos de suicidio. En el caso de Alejandra Pizarnik, toda su obra está atravesada por la actitud trágica de la autora atraída por la fascinación de la muerte.
         Cuando Sylvia Plath cuenta con tan solo veinte años de edad, la tentación del suicidio la vence. Y ella mismo escribió: "Morir es una arte y yo lo hago excepcionalmente bien". Ariel (1965) está considerado como su mejor libro de poemas que, al igual que su poesía posterior publicada después de su suicidio, refleja un ensimismamiento y una obsesión por la muerte crecientes.
         Virginia Woolf sufrió estados intermedios de depresión y júbilo. La muerte de su padre en 1904  provocó otra crisis e intento de suicidio de la escritora inglesa, y más tarde con la publicación de su novela Mrs. Dalloway le hizo sentirse excitada y enferma.
         Estos apuntes biográficos, dan que pensar acerca de la creatividad y los trastornos de conciencia.

                            Las desavenencias amorosas es otro de los temas clave en las vidas de estos escritores. . Para Mariano José de Larra, los ideales de una sociedad que le tocó vivir a su pesar y sus problemas amorosos acaban con sus ganas de vivir. En su vida privada, la crisis se manifiesta en 1834 con los escándalos con Dolores de Armijo. Larra fue amargamente desgraciado en el amor. Se enamoró de una mujer que más tarde resultó ser la amante de su padre, se casó con Josefina Wetoret para finalmente separarse. Fue infeliz en su matrimonio.
         El marido de Sylvia Plath, Ted Hughes, la abandona porque se siente acorralado. Plath siente celos, ella no puede soportar que su marido se fije en otras mujeres. Hughes la deja al borde de un precipicio, un territorio que vuelve a cobrar vigor en los poemas que escribe en sus últimos meses de vida. Es la atracción de un vacío que ella trató de llenar con sus palabras.
         Vladimir Maiakovski se enamora de una mujer casada. A ella le dedica muchos de sus poemas  pero decepcionado en el amor, alienado de la realidad soviética y atacado por la crítica decide acabar con su vida en 1930.


                   Los viajes que realizan la mayoría de estos escritores son una forma de escapar de la rutinaria vida que a veces se les hace insoportable. Una forma de paréntesis a una vida llena de desilusiones y sinsabores. Alfonsina Storni viaja por Europa entre 1930 y 1934, mientras que Maiakovski emprende viajes por Europa, Estados Unidos México y Cuba. La vida de Virginia Woolf transcurre entre Londres y su casa de campo en Sussex. Por otro lado, la poeta argentina Pizarnik se traslada a París donde reside entre 1960 y 1964 donde trabajó para la publicación de cuadernos y colaboró con varias revistas.

                   La despedida de la vida de estos escritores no es original. La forma de suicidarse se repite en algunos. Así por ejemplo, Hemingway, Larra o Maiakovski, se suicidan pegándose un tiro. Un tiro certero y limpio, sin sufrimientos. En el caso de Virginia Woolf o Alfonsina Storni, se adentran en las profundidades del mar para expirar un último adiós a sus atormentadas vidas. A Alfonsina Storni le diagnosticaron un tumor en 1935. A esto se unieron largos periodos depresivos motivados por los suicidios de grandes amigos como el cuentista Horacio Quiroga. En octubre de 1938 viaja a Mar de Plata. Desde allí envía dos cartas a su hijo y un poema de despedida. Virginia Woolf se suicida en plena depresión en 1941 tirándose al río Ouse.                 
         Sylvia Plath se suicida metiendo la cabeza en un horno y Alejandra Pizarnik acabó con la suya tomando arsénico.

                   En cuanto a la crítica de la sociedad todos ellos lo hacen pero son las mujeres escritoras las que defienden los derechos de la mujer en una sociedad regida por hombres. Así, las horas que dedicó Virginia Woolf a la lectura fueron su verdadera educación ya que fue rechazada de los cursos universitarios debido a su sexo. Alfonsina Storni, madre soltera y feminista se traslada a Buenos Aires. Ella lucha por los derechos civiles de la mujer. Sylvia Plath es una de las escritoras que más ha contribuido a cambiar el modo en que se piensa, en la identidad de la mujeres más allá de estereotipos y clichés.

         Obras y premios:

         A pesar de sus extravagantes vidas, todos ellos demuestran aptitudes suficientes para que sus obras fueran reconocidas en todo el mundo. Algunas de ellas merecen ser destacadas aquí.


Hemingway:

         Entre sus primeras obras se encuentran los libros de cuentos Tres relatos y diez poemas (1923), su primer libro En nuestro tiempo (1924), relatos que reflejan su juventud, Hombres sin mujeres (1927),  El que gana no se lleva nada (1933),  Fiesta (1926), Adiós a las armas,  Muerte en la tarde (1932) Las verdes colinas de Africa (1935) Tener y no tener (1937)  La quinta columna,  Por quién doblan las campanas (1940), Hombres en guerra (1942), Al otro lado del río y entre los árboles (1950). En 1952 Hemingway publicó El viejo y el mar,  Premio Pulitzer de Literatura en 1953. En 1954 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura.

Larra


         Los artículos más conocidos de Larra son "Vuélva Ud.mañana," "El casarse pronto y mal," "La Nochebuena de 1836," "El castellano viejo," "Yo quiero ser cómico," "Modos de vivir que no dan de vivir," "El café," "Literatura,". Su novela histórica, El doncel de don Enrique el Doliente,es un modelo de este género. El protagonista de la novela aparece también en el


Maiakovski

         Algunos de sus poemas fue Lenin (1925) ó 150.000.000 (1921)y comedias como La chinche (1928) y El Baño (1929).

Sylvia Plath

         Su primer libro, El coloso (1960) Ariel (1965) está considerado como su mejor libro de poemas que, al igual que su poesía posterior publicada después de su suicidio, refleja un ensimismamiento y una obsesión por la muerte crecientes. Poemas completos, que ganó el Premio Pulitzer en 1982, fue editado por su marido, el poeta británico Ted Hughes, en 1981. La campana de cristal (1963), Cartas a casa, (1950-1963). Otras obras, publicadas póstumamente, son Cruzando el agua (1971) y Arboles de invierno (1972) entre otros.

Alejandra Pizarnik

La tierra más ajena (1955)
La última inocencia (1956)
Las aventuras perdidas (1958)
Árbol de Diana (1962)
Los trabajos y las noches (1965)
Extracción de la piedra de locura (1968)
Nombres y figuras (1969)
El infierno musical (1971)
Los pequeños cantos (1971)
La condesa sangrienta (1971)
Botella al mar (1976)
Zona prohibida (1982)


Virginia Woolf

         Entre sus obras más conocidas están: "Orlando"(1928) ', ' Las olas '.(1931) ' Una habitación propia"(1929) ', ' Tres Guineas '(1938), ',Entre actos '(1941) o "La señora Dalloway"(1925)


         Ya hemos visto que la vida de estos escritores de diferentes nacionalidades tienen en común: por un lado una vida productiva en calidad de escritores y otra mísera y difícil en cuanto a lo personal. Los amores imposibles, una sociedad que no pueden cambiar y una permanente insatisfacción les lleva a  terminar con sus vidas.

         Hay sentencias que lapidan una vida llena de tormentos y sufrimientos. Lo que caracteriza a cada autor, lo que fueron en vida. Así se describe a Syvia Plath: "La búsqueda de una voz profunda y propia en literatura es lo que justifica su existencia". "El romanticismo para Larra no es otra cosa que el resultado de ese desasosiego mortal que fatiga el mundo antiguo en momentos de transición violenta. A Larra le mató la sociedad de su tiempo". Alejandra Pizarnik no pudo sobrellevar el acto diario de vivir".



martes, 9 de agosto de 2011

ESCRITORES SUICIDAS: EL POZO DE LAS ALMAS SOLITARIAS

 



          Dicen que el suicidio es un acto poético más propio de chalados como los artistas que de gente de a pie. El propósito de este artículo no es descubrir científicamente las causas que puedan inducir a una persona al suicidio, más bien indagar a través de las vidas de un serie de escritores que decidieron acabar con sus vidas y descubrir si hay o no denominador común que pueda llevarnos a pensar si suicidio y mente literaria tienen algo o mucho que ver.

          Según algunos estudios, existe un alto número de artistas establecidos, más de lo esperado por el simple azar, que sufren o han sufrido desórdenes de la conducta: un cuadro maníaco depresivo o un pico de depresión grave. Está comprobado por estudios científicos que, durante los episodios de manías, se incrementa la productividad en los pacientes. Por tanto, está comprobado que los suicidios eran seis veces más frecuentes en poetas modernos británicos que en la población general.

          La lista de escritores suicidas, reconocidos y anónimos, es interminable, pero he querido centrarme en estos escritores.
Son algunas de las causas de tormentos y adversidades de unos escritores que amaban la escritura pero despreciaban sus propias vidas.

          Finalmente, todos los estudios comparativos que se han realizado confirmarían que, individuos altamente creativos experimentan graves desórdenes de conducta, más que el resto de la gente.

          Para escribir este artículo, he elegido a cinco mujeres escritoras y a cinco hombres escritores que se han suicidado por diferentes motivos. En él, trato de encontrar una conexión entre estos escritores y, aunque la coincidencia pueda ser meramente circunstancial, no lo es tanto cuando se trata de una serie de personas que necesitan escribir sus propios fracasos, sus miedos por desavenencias amorosas, traumas familiares,  por una ideología o porque la vida les atormenta sobremanera

Deseo proponer el suicidio visto desde una perspectiva particular, desde la creación literaria: Escritoras como Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Alfonsina Storni y escritores como Jack London, Ernest Heminway, Larra o Vladimir Majakovski.

Virginia Woolf, escritora inglesa de novelas y crítica literaria, nace en 1.882. Las horas que dedicó a la lectura fueron su verdadera educación ya que fue rechazada de los cursos universitarios debido a su sexo.
          Cuando Virginia contaba con trece años de edad su madre murió; fue a partir de ese momento cuando empezó a sufrir síntomas de la periódica enfermedad mental que fue la plaga de toda su vida. Sufrió estados intermedios de depresión y júbilo.
          La muerte de su padre en 1.904 le provoca otra crisis e intento de suicidio. Enseñó literatura e historia inglesa. A lo largo de su carrera literaria tuvo buenas críticas y ayudaron a su mejoría.
          En 1.922 conoce a Vita Sackville-West y, a pesar de que Virginia está casada Leonard Woolf, dueño de una imprenta, no impidió que tuvieran una relación amorosa entre 1.925 y 1.929.
          Rechazó muchos premios académicos pero aceptó el premio Fémina en 1.938.

Se suicida en plena depresión en 1.941 tirándose al río Ouse.


Los padres de Alejandra Pizarnik, judíos-rusos, emigran y Alejandra no se adapta al nuevo ambiente. Le pesa un sentimiento de extranjerismo, de no pertenencia que le durará a lo largo de toda su existencia.  Fue una mujer desarraigada, incapaz de adaptarse a cualquier costumbre cotidiana. La temática que se sirve para escribir sus poemas es el miedo al paso del tiempo. El miedo como una sensación física y angustiosa que anula la voluntad. La soledad de la conciencia, del ser humano, la nostalgia de los recuerdos, la noche como símbolo de poesía y al final: la derrota, la impotencia y el aislamiento.
          El rencor hacia el ser humano es a veces muy patente, las humillaciones se contraponen a la fragilidad de la autora que se confiesa incapaz de seguir el tránsito vital humano.
          Pizarnik era una autora trágica atraída por la fascinación de la muerte. Residió en París entre 1.960 y 1.964 donde trabajó para la publicación de cuadernos y colaboró con varias revistas. Es una de las grandes poetas argentinas del siglo XX. Su gran problema fue la resistencia a abandonar el mundo de la infancia. Era una mujer torturada por su baja estatura, su gordura y su asma, fue una inadaptada y una mujer solitaria, sin embargo, esto no le impide integrarse sin problemas en el mundo literario de Buenos Aires entre los que vivirá noches saturadas de alcohol.

Se suicida con una sobredosis de seconal en 1.972.

Sylvia Plath es otra poeta que se suicida, porque la vida se le hace insoportable. Su padre muere cuando Sylvia tiene ocho años y desde entonces arrastra una crisis existencial a lo largo de su vida. Su novela La campana de cristal, publicada en 1.963 es una autobiografía acerca del intento de suicidio.
          En 1.956 se casa con un poeta inglés, Ted Hughes. La pareja se asienta en Devon, Inglaterra. Cuando tienen a su primer hijo, la pareja se separa. Sylvia se encuentra sola, con dos hijos y poco dinero.

Se suicida con gas  a la edad de treinta años.

Son muchos los escritores que se han suicidado a lo largo de la historia. Los que aquí presento son del siglo diecinueve y principios del veinte. Algunos de ellos se suicidaron porque arrastraban algún trauma familiar.

Alfonsina Storni tuvo a un padre depresivo y alcohólico que muere cuando ella cuenta con catorce años de edad. Se hizo actriz y recorrió diversas provincias con su compañía. Todos estos acontecimientos lograron que fuera una niña-mujer a una edad temprana y comenzara a sentir que se ahogaba en un ambiente que le resultaba insoportable.
          En 1.935 le diagnosticaron un tumor. A esto se unieron largos periodos depresivos motivados por los suicidios de grandes amigos como el cuentista Horacio Quiroga. En octubre de 1.938 viaja a Mar de Plata. Desde allí envía dos cartas a su hijo y un poema de despedida.
          Inició su carrera literaria con La inquietud del rosal donde expresaba sentimientos de un nuevo romanticismo. Viajó por Europa entre 1.930 y 1.934. En 1.920 conoce a Juana de Ibarbourou en un viaje realizado a Montevideo, Juana, aquella por la que escribió sus primeros versos.
          Su poesía es de una inmensa humanidad. El indignado sentir de una autora frente a la injusta situación de la mujer en una sociedad regida por hombres. Madre soltera y feminista se traslada a Buenos Aires. En 1.920 gana el primer premio municipal de poemas y el Segundo Premio Nacional de Literatura por Languidez.

Se suicida con una sobredosis de seconal en 1.972.






 



Las inquietudes de un aventurero como fue Jack London y la imposibilidad de cumplir su sueño o el pesimismo latente de la poeta Alejandra
Jack London nace en 1.876. A partir de los diecisiete años llevó una vida aventurera, siendo marinero, buscador de oro en Alaska, estudiante y corresponsal de guerra. Escribió novelas de diferentes géneros. En 1.903 logra su primer gran éxito con La llamada de la selva y le siguieron otras de aventuras El lobo de mar, Colmillo blanco. A pesar de su gran popularidad, se suicida envenenándose a los cuarenta años de edad.
         
         
          En cuanto al escritor ruso Vladimir Majakovski, poeta ruso se suicida pegándose un tiro. Su padre muere en 1.906 dejando a su familia en la ruina. En 1.909 fue encarcelado durante seis meses y perteneció al partido democrático ruso. Durante su encarcelamiento comenzó a escribir poesía. En 1.912 se traslada a San Petersburgo y, durante estos años, juega con imágenes de suicidio e inmortalidad.
          En 1.915 conoce a Lili Brik casada con un crítico. Emprende viajes por Europa, Estados Unidos, México y Cuba. Decepcionado en el amor, alienado de la realidad soviética y atacado por la crítica decide acabar con su vida en 1.930.

          Otro romántico, Larra, se suicida con veintiocho años pegándose un tiro. Nace en Madrid en 1.809 en plena guerra de la independencia. Las circunstancias históricas marcan los acontecimientos personales de su infancia. A los cinco años sale al exilio, a Francia. A lo largo de su obra, la desazón existencial se manifiesta siempre en función de la desesperanza política. El duende satírico constituye una acusación a la situación social y política  del momento y no es una empresa solitaria la del autor sino que representa a un grupo de jóvenes inquietos, disconformes, agrupados a su alrededor que se juntan en el café de Venecia y de allí se pasan luego al del príncipe para fundar “El Parnasillo”. Se casa en 1.829 y tiene tres hijos pero más tarde en aquel ambiente de reuniones y tertulias, entre salones y cafés conoce a Dolores Armijo, casada y con un hijo de un famoso abogado. Su amor por ella se trasluce en algunos versos íntimos. En su vida privada, la crisis se manifiesta en 1.834 cuando se separa de su mujer. La crisis continúa y emprende un viaje por Europa.
          Al final de su vida escribe poco pero entre los últimos artículos de su producción se hallan quizá los más extraordinarios y los más desesperados.
          La melancolía romántica tiene explicaciones históricas y sociales. El romanticismo para Larra "no es otra cosa que el resultado de ese desasosiego mortal que fatiga el mundo antiguo, en momentos de transición violenta". "A Larra lo mató la sociedad de su tiempo", sentencia Eduardo Haro. Fue víctima de la sociedad.
Para Larra, los ideales de una sociedad que le tocó vivir a su pesar y sus problemas amorosos acabaron con sus ganas de vivir.

         

          Ernest Hemingway, escritor norteamericano, buscó deliberadamente el peligro a lo largo de su vida: corresponsal de guerra, cazador de leones en África, corresponsal de guerra en la II Guerra Mundial y en la Guerra Civil Española. En 1.954 es galardonado con el premio Novel por su relato breve El viejo y el mar.

          En 1.961 es ingresado por depresión que le producen unos fármacos y es tratado con electroshocks. Pero la depresión se acentúa con manía persecutoria e intentos de suicidio. En 1.962 se pega un tiro a la edad de sesenta y tres años.

          La vida de estos escritores de diferentes nacionalidades tiene en común, por un lado, una  carrera literaria productiva y otra mísera y difícil en cuanto a lo personal. Amores imposibles, una sociedad que no pueden cambiar, fobias, maniáticos, obsesivos, insatisfechos, solitarios, llevan a estos escritores a terminar con sus vidas.

         


         
         



sábado, 16 de julio de 2011

ESCRITORAS ESPAÑOLAS

ESCRITORAS ESPAÑOLAS A LO LARGO DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX
por 
©Cristina Aparicio

Licenciada en Filología Inglesa, Universidad de Sevilla, 1998
            El ascenso social de las mujeres, la revolución femenina que se ha producido en Occidente durante los últimos cincuenta años ha tenido su reflejo, como no, en la Literatura. A lo largo de estos años han ido surgiendo numerosas mujeres escritoras y ascendiendo en el escalafón, en los premios, en el reconocimiento hasta situarse, hoy en día, a una escala igual (o casi) que la de sus colegas masculinos. En España este fenómeno ha sido especialmente significativo, seguramente porque en nuestro país la mujer partía de una situación de mayor atraso que en el resto de Europa. El propósito de este artículo es dar a conocer cómo las escritoras españolas, a lo largo de la segunda mitad del siglo xx, han ido abriéndose camino paulatinamente en el mundo de las Letras hasta llegar, como ocurre en la actualidad, a disfrutar de un reconocimiento literario y a una "normalidad" como escritoras hasta hace poco impensables.
            Concluida la Guerra Civil, tras un momento de declive general de la creación artística aparecen a mediados de los años 40 una serie de mujeres escritoras, nuevas voces que van a irrumpir con fuerza. Las novelas de estas nuevas escritoras destacan, como el resto de la novelística, por su afiliación al Realismo Social, que surge entre los años 1939 y 1962, cuando alcanza su momento de mayor auge.
            Algunas de las características de la literatura escrita por mujeres en esta época es el deseo de cambiar una sociedad en la que estas mujeres sufrieron la guerra de niñas o adolescentes. Sus historias están llenas de frustración, inadaptación, soledad o muerte. La mayoría de las historias describen la vida en el campo criticando la burguesía. El estilo que utilizan para narrar estas historias es sencillo y directo.
                   Pronto estas escritoras comienzan a ser avaladas por premios importantes. Carmen Laforet, Barcelona (1921) es la primera mujer en ganar el Nadal por su obra Nada, en 1944. Una novela sombría y existencial que refleja  la decadencia material y moral de la sociedad de su tiempo. Algunas otras obras de esta autora son: La mujer nueva 1955, La niña y otros relatos (1970) o Paralelo 35 (1967). A esta nueva voz se une la de Ana María Matute quien también refleja el desolado mundo de la posguerra y lo hace desde una perspectiva pesimista y existencial. Ana María Matute, Barcelona (1926) gana el Premio Nadal por Primera Memoria. en 1961. De los quince premios Nadal concedidos anteriormente diez habían recaído en hombres y cinco en mujeres. Con posterioridad al Nadal, Matute sería galardonada con diversos premios, entre ellos el Premio de la Crítica en 1958 y el Premio Fastenrath de la Real Academia Española por Los Soldados lloran de noche. Obras cruciales en la trayectoria de esta autora son  Los Abel y Fiesta al Noroeste donde deja ver un realismo social amargo y nostálgico, con descripciones detalladas de ambientes familiares. La obra de Matute es considerada unas de las aportaciones más significativas a la literatura de Posguerra, y ha ido oscilando entre el retrato de la realidad histórica, la recreación imaginativa y la profundización en varios temas recurrentes: La injusticia, el paso de la infancia a la adolescencia y la denuncia social. Después de un largo periodo de silencio, Ana María Matute ha vuelto a la actualidad literaria recientemente con la publicación de sus novelas Olvidado Rey Gudú y Aranmanath, ambas de corte fantástico.
            Carmen Martín Gaite, Salamanca (1925-2000) es otra de las escritoras premiadas con el Nadal por Entre Visillos (1957). Esta escritora también destaca por el Realismo Existencial que refleja en sus novelas. Al igual que Ana María Matute se le concederán posteriormente numerosos y destacados premios, como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, (1994)o el Premio Castilla y León de las Letras. Entre las obras más importantes de esta autora cabe destacar: El Balneario, (1955), Retahílas (1970)o Lo raro es vivir, (1996).
            En 1952 se crea un nuevo Premio Literario, el Planeta, con el cual muy pronto van a verse reconocidas estas nuevas voces femeninas que se asoman a una nueva era y que van tomando posiciones en un panorama como el de la Literatura, dominado hasta entonces, casi de forma exclusiva, por los hombres. Así ya en 1954  Ana María Matute recibe el Premio Planeta por Pequeño Teatro.
            A partir de 1960 la sociedad española entra en una época de profundo cambio, generado por el desarrollo económico, cultural y social. Empieza el progreso y con él se afianza un nuevo tipo de literatura, la hecha por escritoras. Son cada vez más las mujeres que escriben y que son publicadas.
            Entre 1960 y 1978 se produce en nuestro país, aunque de forma muy lenta, una apertura social y una renovación artística que pueden verse reflejadas en obras como El Cuarto de Atrás (1978) de Martín Gaite. Esta obra se crea entre dos épocas, la del Franquismo y otra nueva que comienza.
             A partir de los ochenta, las mujeres comienzan a ser premiadas de forma consecutiva y mayoritaria, cosa impensable hasta la fecha. La sociedad española había experimentado ya en esta época un profundo cambio a favor de las mujeres. También el mundo de las Letras comienza a considerar y a valorar a las mujeres escritoras, con lo cual el panorama de la literatura española se hace más rico. Ya no es sólo cosa de hombres, salvo raras excepciones; ahora es también de mujeres. Algunas como Rosa Montero, Maruja Torres, Carmen Posadas, Soledad Puértolas han crecido en una nueva sociedad, con nuevas perspectivas respecto a la mujer y el mundo laboral. Son escritoras que nacen entre los años cincuenta y sesenta y sus producciones literarias se dan a conocer en torno a los ochenta. Todas estas escritoras serán galardonadas con el premio Planeta entre  1989 y 2000. Casi todas ellas se confiesan feministas, al menos por gratitud histórica.-
            Rosa Montero nace en Madrid en 1951. Estudia periodismo, pero se considera escritora y periodista. Con su novela La hija del Caníbal su primera incursión como escritora, gana el Premio Primavera en 1997. Es una de las autoras más leídas de nuestro tiempo. Crónica del Desamor (1979), La Función Delta (1981) o Te trataré como una reina (1983) son algunas de sus obras. Rosa Montero es una escritora que llega a la madurez en los últimos años de franquismo y los primeros de la democracia. Según sus palabras:"-no podemos cerrar los ojos ante el fenómeno cada vez más comercial en que se está convirtiendo el mundo de los libros". Habría que preguntarse, al hilo de esto, en qué manera ha cambiado realmente y si con la aparición cada vez mayor de escritoras en los últimos años estamos ante una operación de marketing o, por el contrario, asistimos a un fenómeno social y cultural. En este sentido, Rosa Montero concibe  la literatura como algo único,-y no como literatura de hombres o de mujeres. Entiende la literatura como acceso a los otros mundos que llevamos dentro-y en ello no puede haber diferencia de sexos.
            Al igual que Rosa Montero, Maruja Torres es periodista antes que escritora. Nace en Barcelona en 1943 y cultivó todas las facetas del periodismo. Torres habla sobre el franquismo como algo que no quiere ni nombrar. Fue una etapa de su vida que le tocó vivir y que prefiere olvidar. Reconoce que fue una época de atraso cultural: había pocos libros y los que había eran caros. Se prohibieron muchísimas obras, había una censura muy férrea. Reconoce que culturalmente eran muy pobres y por eso se rebelaban. Sus obras hablan de inconformismo. Ella quería vivir de otra manera, dejando a un lado lo tradicional o lo convencional. Maruja Torres ganó el Premio de Literatura extranjera por Un Calor tan cercano en 1998 y el Premio Planeta por Mientras vivimos en el año 2000, una obra en la que describe el cambio generacional ocurrido en España y cómo las nuevas mujeres se han podido formar en un ambiente menos opresivo. Destacan otras obras tales como: Mujer en Guerra, (1999) Amor América, (1993) o Ceguera de amor, (1991).
            Otra de las escritoras en auge es Almudena Grandes. Nace en Madrid en 1960 y se da a conocer en el mundo literario por Las Edades de Lulú que fue Premio de narrativa erótica en 1989. Cabe destacar obras como Malena es un nombre de tango (1994) o Atlas de Geografía humana (1998). Tanto Las Edades de Lulú como Malena es un nombre de tango se llevaron al cine. Grandes dice ser escritora por equivocación y opina que lo importante para el escritor no son los premios literarios sino los lectores. Para ella, cada uno escribe desde los materiales de su propia memoria.
            Carmen Posadas es otra Premio Planeta femenina. Se lo concedieron en 1998 por Pequeñas Infamias. Nació en Uruguay en 1953 pero lleva toda su vida viviendo en España. Antes de dedicarse a la novela escribió literatura infantil, guiones y colaboró en prensa escrita. En la década de los noventa toca todos los géneros, teatro, cuentos, novela y ensayos. Para Carmen Posadas un premio es importante sólo en la medida en que puede darte a conocer, ya que en este país, los escritores o tienen mucho éxito o directamente se mueren de hambre. Se casó con el entonces director del banco de España Mariano Rubio. Otro de los premios en su haber es el de Literatura Infantil por El señor viento del norte , (1984).
          Soledad Puértolas, nació en Zaragoza en, 1947. Fue Premio Sésamo por El bandido doblemente armado, (1979) y Planeta en 1989 por su obra Queda la Noche. Puértolas reconoce que la narrativa española actual es más rica y que surge con más fuerza tras la dictadura franquista. “La vida cotidiana de entonces era de tonos grises, la Posguerra es gris”, dice, recordando las rígidas  normas convencionales de entonces. Todo ello era señal de una sociedad estancada y sin creatividad. Ahora sin embargo, para Soledad Puértolas “somos mucho más libres y tenemos que aprender a vivir con esa libertad”. Puértolas opina que el cambio que ha dado la mujer en nuestra sociedad ha sido revolucionario, “La mujer no sólo se ha incorporado al trabajo sino que ahora tiene un papel social que antes no tenía, ahora en el hogar se comparten las responsabilidades. En todos los ámbitos de la sociedad española están las mujeres presentes y eso significa un cambio muy importante". Pese a todo, opina también que ha habido una importante incorporación de la mujer, pero ningún desplazamiento de los hombres. Para Puértolas aun la mayor parte de los intervinientes en congresos son hombres, y la mayoría de obras son títulos de autores masculinos."Los críticos literarios son asimismo en su mayoría hombres, y el control sigue en manos de los hombres”.
Laura Freixas y su Literatura y Mujeres pone de manifiesto este cambio que han supuesto las escritoras en el panorama literario español en las últimas décadas del siglo XX. Freixas nace en Barcelona en 1958 . Escribe relatos como Cuentos a los Cuarenta y novelas como Entre Amigas. Para Freixas la creación artística es el camino para llegar a esa salvación de mediocridad y mentira. Opina que el hombre está más preocupado por la realidad y la mujer se refugia más en la fantasía. Considera que el hecho de que las escritoras actuales hablen de un mundo femenino tiene motivos históricos. Lo masculino ha sido siempre universal y lo femenino se ha visto siempre como algo particular. Las mujeres están aportando a la literatura una perspectiva nueva.
Y Rosa Regás, la última Planeta 2001 por La canción de Dorotea, es una escritora atípica ya que empieza a escribir a la edad de 58 años. Nace en Barcelona en 1933, es fundadora y directora de varias editoriales, y ha recibido varios premios de periodismo y otros tantos literarios como el Nadal en 1994 por Azul .
             En la actualidad estamos asistiendo a un boom de jóvenes escritoras que triunfan, con alguna polémica sobre si ese éxito obedece a su calidad literaria, montajes comerciales, a la editorial que las respalda o a los premios que se le otorgan. Pero lo principal es que son mujeres escritoras. Se trata de Lucía Etxebarria, Premio Nadal en 1997 por Beatriz y los Cuerpos Celestes, Espido Freire, Premio Planeta por Melocotones Helados, Clara Sánchez, Premio Alfaguara 2000 por Ultimas noticias del Paraíso o Eugenia Rico con La Muerte Blanca, premio Azorin de novela 2002. Una nueva generación de escritoras que vendrán a confirmar si el auge de la mujer en este terreno de las Letras es tan sólo una moda pasajera o, por el contrario, si las editoriales apuestan fuerte por las mujeres es porque realmente lo merecen.                        
©Cristina Aparicio